Respiré el denso aire de nuestro bello palacio formado a partir de las
gratas palabras que componían nuestra perenne historia.
En ese castillo. Entre
esas desgastadas y viejas tapias, cada vez que se fugaba el sol y se achantaba en otro loco hemisferio, nos convertíamos
en ebrios dementes donde bailábamos toda la dulce noche, buscándonos el uno al
otro en el inmenso hueco de nuestras vacías y difuntas almas.
Nos movíamos por aquella pista como enamorados,apropiándonos de ella. Y tú me susurrabas al oído que vivías por y para nuestro
baile... Me agarrabas de la mano, salvándome de las pesadillas de este
inhóspito mundo, pues las estrechas paredes de nuestro trono se llenaban de
tautologías que hacían que el frío se convirtiese en más frío y el dolor en más
dolor.
Los dos nos sentíamos absolutamente solos puesto
que no teníamos nada porque, en realidad, nunca llegamos a ser algo.
Aun así, en nuestras membranas oculares
conseguíamos guardar todo lo que perdimos por estar juntos y pensádolo bien
mereció la pena, por consiguiente aquello solo llegaban a ser viejos recuerdos
amueblados en nuestra polvorienta mente.
Y creeme que a veces las estrellas al
observarnos forman una constelación en forma de corazón, siendo ellas las
únicas espectadoras de nuestro romance.
Eses astros son los que nos ayudaron a finalizar
el baile una noche más en silencio.