Hijo, una larga noche de fuerte viento de 1936 me desvelé por culpa del denso ruído del gentío,
el bullicio provocaba un eco en mi cabeza demasiado irritante, y
entonces yo dejé de soñar...dejé de pensar...
Me asomé por unos instantes a la pequeña véntana de mi
cuarto, para dejar de jadear, y apaciguar mi precoz despertar.
Mis ojos batieron con un hombre que llevaba ropa desgastada
e inmoral, él, tenia cicatrices que cruzaban todo su débil rostro. El varón
estaba sangrando. Sus heridas eran llagas hondas. Se estaba muriendo
lentamente.
Me observó con compasión y yo de manera recíproca
también le observé. Sus retinas transmitían un gran vacío abismal mezclado con
terror, sudor y lágrimas.
Los sonidos se propagaron de sus labios y tartamudeó un breve
mensaje.
Me dijo que el disparo desmandado de los rifles sería el
despertador de nuestro pueblo, manifestó que nos daría igual una dictadura que
un comunismo, que olvidaríamos los besos y los abrazos, y aun así tendríamos que elegir entre matar o morir.
Aquel
humilde hombre me aseguró que el frío congelaría la ciudad en enero y
desnudaría los caminos de barro y que todos nos odiaríamos en esta muerta
nación.
Hijo, aquel viejo me dijo que moriría de hambre, pero en
cambio yo... Yo sobreviví a la guerra civil.
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