Me dilato.
Me desato. Me distancio, mientras suena Artic Monkeys en un cuarto con eco, por
culpa del vacío de sentimientos.
Yo ya sé que no soy lo que era, que ahora ni
siquiera abro la ventana cuando llueve para empatizar con los que todavía
lloran.
No obstante siempre
podréis anotar una dura antología en mi libro de reclamaciones aunque ya no
escriba si no es por transcripción fonética. Porque soy
consciente de que nos inunda música mala, libros peores y amores imposibles.
Pero claro, la gente recuerda a John Lennon, a Hermann Hesse y te recuerda a
ti, y parece todo más bonito. Como si no existiesen desastres imparables, que
barren las ganas de saber y pisan sobre la ignorancia dándole forma humana.
Que no me
arrepiento, no me aviento, ya no me entiendo si tacho mis frases y subrayo mis engaños. Si
reciclo mis poemas y me contamino de
ellos. Porque estoy enfermo.
Sufro de
anorexia letrada. De dolor narrativo, de numen inexistente. Y no hay cura para esta contractura que sólo
existe en la tesitura de un artista. Así que, por favor si algún día me da por inmolarme,
dejad mi epitafio en blanco para que el viento deje sus marcas favoritas, y el
invierno pueda escribir, todo lo que yo no he callado, pero vosotros no habéis querido
escuchar. Miserables.