Sé que solamente yo podía
llegar a nuestra primera cita diciendo “El nombre ese raro que tienes viene de
Lucía, ¿no?” y seguir manteniendo formalmente la compostura toda la perecedera tarde. Sabes que solamente yo puedo seguir odiando
los rizos tanto como tú mi pelo azul, pero oye, los tuyos me enredan y este
azul compagina perfectamente con tu sutil manera de otear al cielo colosal.
No hacen falta mil poetas que
te escriban versos de carretera para
saber que hay chicas libélula que vuelan menos alto que tú, que hay colacaos
calientes que se enfrían por el camino de calentar la cama que ya quemaba.
Aún recuerdo el beso que
nos dimos aquel día bajo la lluvia, minutos después de escapar de ella en la estación de autobuses
mientras nos reíamos de no tener que separarnos nunca. Recuerdo las veces que veía las estrellas,
literalmente, desde el balcón de tu casa y las veces que apunté al cielo y te decía
“esa es la Osa Mayor” y te callabas, callabas y asentías, y asentías como si supieses hacia dónde señalaba cuando
lo único que hacías era mirarme sin mirar había donde yo miraba.
Supongo que simplemente hay
casualidades que casualmente huelen a Poseidón, casualidades que casualmente a día de hoy
llamamos amor… Mi amor.
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