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miércoles, 6 de julio de 2016

Amor.

Sé que solamente yo podía llegar a nuestra primera cita diciendo “El nombre ese raro que tienes viene de Lucía, ¿no?” y seguir manteniendo formalmente la compostura toda la perecedera tarde. Sabes que solamente yo puedo seguir odiando los rizos tanto como tú mi pelo azul, pero oye, los tuyos me enredan y este azul compagina perfectamente con tu sutil manera de otear al cielo colosal.
No hacen falta mil poetas que te escriban versos de carretera  para saber que hay chicas libélula que vuelan menos alto que tú, que hay colacaos calientes que se enfrían por el camino de calentar la cama que ya quemaba.
Aún recuerdo el beso que nos dimos aquel día bajo la lluvia, minutos después de  escapar de ella en la estación de autobuses mientras nos reíamos de no tener que separarnos nunca. Recuerdo  las veces que veía las estrellas, literalmente, desde el balcón de tu casa y las veces que apunté al cielo y te decía “esa es la Osa Mayor” y te callabas, callabas y asentías, y asentías  como si supieses hacia dónde señalaba cuando lo único que hacías era mirarme sin mirar había donde yo miraba.
Supongo que simplemente hay casualidades que casualmente huelen a Poseidón,  casualidades que casualmente a día de hoy llamamos amor… Mi amor.

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