El viento me está consumiendo mis delgadas y exánimes piernas, ya perdí la noción del inmenso tiempo que llevo corriendo.
Mi conciencia está aportando fuertes latigazos a mi débil espalda, ya no diferencio las gamas de colores pues lo veo todo negro y demasiado oscuro.
Definitivamente no, no debí haberlos matado hoy, no hoy cuando míseros humanos atormentan las aceras con sus comentarios de mierda sobre sus aburridas vidas.
Las manos me huelen a fármacos aunque ya no tengo puestos aquellos ajustados guantes de látex, pero aun así, yo, sigo corriendo, y cada vez más. Solamente espero que esto se acabe ya, y que mis oídos dejen de oír los llantos de aquellos largos minutos de torturas en un sótano sin luz donde sus paredes goteaban el dolor de aquellos condenados idiotas.
No sé cuántos años habrán pasado desde aquel entonces… Pero jamás estaré a salvo, porque aun estando en esta maldita celda, de esta maldita prisión de Manhattan continúo viéndolo todo negro y mis manos siguen oliendo a acerbos fármacos.
Es perfecto, me encanta tu texto
ResponderEliminar