Debajo de aquel mugriento puente estábamos los dos
pronunciando palabras que la gente normal calificaría como sentimentales. Allí,
entre nosotros se hallaba el silencio.
Nos escuchaba, tan tranquilo como siempre, pero, sin embargo,
hasta él era más que nosotros, pues nunca habíamos llegado a ser lo que un día
soñamos con convertirnos, porque, sencillamente, solo éramos dos desgraciados que
dormíamos debajo de un amasijo de hierros.
El silencio cumplía más que nuestras promesas y tenía más
valor que todos nuestros argumentos juntos, ya que él, era la quietud de los cadáveres,
las notas de los músicos y el pánico de los dementes.
Solamente eran decibelios invisibles que encarnaban bocas
calladas.
Pero aun así, seguirá
siendo más que nosotros, porque él fue, es y será, el representante de los
poetas que callaron al morir de rodillas.
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